Poco más de tres meses. Ese es el tiempo que hace que decidí -sin tener muy claro el objeto- la apertura de este blog.
Resulta curiosa la forma en que, poco a poco, te vas adentrando en este mundo comunicando, al principio, poco más que una declaración de intenciones. Más tarde encuentras estimulante tener un espacio en que, -amparada en la confianza que aporta el ser una desconocida-, escribes aspectos más o menos personales pero siempre reflejo de una forma de ser, de pensar...
Y lees y "conoces" a otras personas que también comunican. Y visitas y recibes visitas. Y, casi como en la vida real, se establece de forma tácita una corriente de simpatía, de cercanía.
Pero (he aquí el aspecto en el que pienso) ¿no tiene todo un fin? ¿qué ocurrirá si, repentinamente, un día dejo de escribir, o un día alguien a quien habitualmente leo deja de escribir?. Yo me preguntaré qué puede ocurrirle. Y quizá nunca llegara a saberlo. Y habría casos en que -de nuevo como en la vida real- no me dejaría indiferente, sentiría la ausencia como una especie de pérdida de algo/alguien a quien ya, incomprensiblemente, (¿es tan incomprensible?) aprecio.
Pero no, no era el objeto de este post mostrarme hoy en mi vena más personal. En realidad me he desviado. Quería mencionar un post que leí ayer y que me llamó la atención por lo que seguramente tiene de común a todos los "bloggers". Es la experiencia de alguien que escribe desde hace algunos años. Y está escrito con mucho realismo y con mucha gracia.
Yo creo que os gustará: Volver al anonimato
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