De nuevo él, que en realidad es una víctima. El odiado. Y se trata, además, de un odio del que nadie siente pudor en manifestar. El que destrozaríamos porque no se demora en efectuar su trabajo justo a la hora que le habíamos fijado. El que, sin ninguna pena, abandonamos durante un mes pensando, ilusos, que ya nos habíamos librado de su odiosa puntualidad. A la vez requerido y odiado. El que tiene un puesto preferente a nuestra cabecera y vela nuestro sueño. Y el que lo interrumpe justo en lo mejor. Está de vuelta. También sus vacaciones han terminado.
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