"Molinillo de café" - oleo sobre lienzo- (Fernando Rivero Ramírez)
A diario estimula todos, cada uno de mis sentidos desde que comienzo el día.
Su apariencia, tostada y saludable, ya promete ¡qué digo! ya es un placer en sí misma.
Y llega al oído, “silba” anunciándose ya a punto.
Su aroma, único, me despierta y me invita a degustarlo.
Es comenzar el día disfrutando de sus primeros minutos.
Tiene un gran poder de convocatoria: reúne a los amigos en torno a él.
Invita a la confidencia ¡cuántas frente a una taza de café!
Hace unos días, en uno de esos establecimientos especializados en café, decidí darme el gusto de saborear un “Blue Mountain”. Un café de Jamaica del que se dice que es el más caro del mundo. (Llevarlo a casa, 26 € los 250 grs., anunciaban). Sí, era como tres veces más caro que una taza de cualquiera de los otros grandes cafés. Y estaba realmente delicioso aunque... yo, que no tengo tan sutil paladar para degustarlo, no me pareciera que la diferencia en el sabor también lo fuera en la misma proporción.
Una leyenda sobre el origen del café, conocida por musulmanes y cristianos, habla de que en una ocasión en que el Profeta estaba enfermo, el ángel Gabriel le devolvió la salud y la fuerza viril, ofreciéndole una bebida negra como la gran Piedra Negra que hay en La Meca.
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